miércoles, 24 de marzo de 2010

SOLITO




Ayer, un libro me encontró.

Como casi todas las tardes, fuí al parque con mi hija. Cosa rara en mí, no llevaba lectura porque me castigaba un intenso dolor de cabeza, por este motivo no me apetecía tampoco mi café vespertino así que en vez de sentarme en una mesa de la terraza de la cafetería, fuí a hacerlo en un banco bajo los árboles, con una advertencia para la niña: "20 minutos y nos vamos a casa, que necesito una aspirina".

En el momento de sentarme no me percaté, pero al cabo de un rato de pasear la mirada alrededor, divisé en un banco no demasiado lejano un libro solitario. Distraídamente, cambié el banco en el que me encontraba por aquel ocupado por tan discreto objeto. Eché un vistazo a mi compañero de asiento, y cual fue mi sorpresa al ver un título que me era conocido, un amigo al que adoro había hablado en una ocasión de él. "La escuela de los sofistas", de Ricardo León. El ejemplar estaba muy deteriorado, la brisa agitaba sus ojas y me parecía que me tendía los brazos. Empezaba a nacer en mí la fuerte tentación de apropiármelo.
De momento, y todavía sin la seguridad de que fuese tal como parecía, un libro abandonado, me limité a cogerlo con cuidado para examinarlo.
Era una edición de 1918, y en su interior ví la firma de un propietario anterior, estampada con letra elegante, un nombre muy aristocrático, lleno de preposiociones, y un ex-libris.

Aún me demoré un momento, con el libro en las manos, para darle al posible propietario la oportunidad de volver a recuperarlo, pero ya el corazón se me aceleraba, y mi nariz acusaba el cosquilleo que precede al inevitable olisqueo de las páginas antiguas.

Pero para qué voy a mentir, todo esto fué muy rápido, y no sé si en realidad después alguien acudió en busca del libro perdido. Porque fue un amor a primera vista, y cuando estuve segura de que en realidad me esperaba a mí, me libré de todo prejuicio y abriéndole los brazos le dije: "Ven con mamá"

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