Alice Munro era una de esos autores eternamente pendientes de lectura para mí. Continuamente leía sobre ella, pero por una cosa u otra su lectura siempre quedaba postergada. La concesión del Premio Nobel en 1913 vino a remediar esta circunstancia. Mi marido me regaló "Todo queda en casa" en las Navidades de ese año, y ya no tuve la necesidad de esperar más para sumergirme en su obra.
Soy una gran admiradora del cuento como género, y es éste el formato de prácticamente toda la obra de Munro. Lo leí en un momento en el que quería retomar el hábito de la lectura después de un parón de muchos meses, y la elección resultó sumamente afortunada. No me ha defraudado en absoluto.
Los relatos de la autora canadiense están casi absolutamente protagonizados por mujeres. Sus personajes son peculiares, especiales, en circunstancias casi siempre complejas o encrucijadas vitales en las que sus vidas toman un giro inesperado. El entorno es el de su propia infancia y juventud, la sociedad rural en la que se crió y que tan bien conoce, y que describe magistralmente. Éste profundo conocimiento me ha hecho tener la sensación de que todas las historias que componen el libro son autobiográficas, pese a lo dispar de las argumentaciones. Ella siempre ha negado que su literatura se inspire tanto en su propia vida, salvo en un puñado de cuentos, pero la sensación que me queda a mí es que si todas no son vivencias personales, al menos lo son de personas cercanas a ella.
Hay un par de datos de su vida que hacen de Alice Munro una autora especialmente simpática para mí. El primero es que junto a su primer marido regentó durante muchos años la "Munro´s books", una librería que llegó a tener mucho prestigio en Canadá y Estados Unidos. El segundo es que asegura que escribe cuentos porque como madre de cuatro hijos, cuando los niños eran pequeños no podía dedicar demasiado tiempo a escribir, y acometer una novela era una empresa demasiado ardua para ella, y se acostumbró a elaborar historias más cortas. Me la imagino en la mesa de su cocina escribiendo mientras sus hijos dormían, y me regocija pensar en el Nobel que llegaría a merecer. Fascinante.
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