
Entonces ella decidió seguir sus huellas de nieve, su senda inmaculada.
Pero pronto se dio cuenta de que en la nieve había otras huellas que se cruzaban con las suyas, que le seguían, y a la vez eran seguidas por él. Sus huellas ardientes empezaron a enfriarse, subieron por sus piernas de piedra que se convirtieron en hielo, alcanzaron su cara y helaron sus lágrimas y por último penetraron en su corazón y en ese encuentro, hielo y fuego, la transformó en vapor, en una niebla que pudiera, no ya seguirle, sino envolverle.
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