No sé lo que me esperará a la vuelta al trabajo. Sólo existe hoy, y mañana es ciencia-ficción. Y hoy, por fin,estoy de vacaciones.
lunes, 30 de julio de 2012
VACACIONES
No sé lo que me esperará a la vuelta al trabajo. Sólo existe hoy, y mañana es ciencia-ficción. Y hoy, por fin,estoy de vacaciones.
viernes, 27 de julio de 2012
LIBRO DEL DESASOSIEGO, Fernando Pessoa (4)
jueves, 5 de julio de 2012
LIBROS Y COPAS
Hay en mi ciudad, en pleno barrio marinero, frente al puerto, un lugar que me gusta especialmente. Es una taberna con alma literaria, un local donde se fomenta el intercambio de libros de manera libre y gratuita. El ambiente de la zona es de lo más concurrido, y forma parte de nuestro itinerario habitual de paseo.
El local alejado de estéticas modernas que generalmente me disgustan, conserva la calidez y acogedora solera de sus muchos años. Pese a ello, la persona que lo regenta actualmente es un hombre joven que ha sabido dotarlo de ese espíritu de ocio cultural que a mí me encanta. Los libros son protagonistas de las paredes, y se puede disponer de cualquiera de ellos libremente, ojeándolos mientras se toma un café o una copa, o llevándoselos a cambio de otros que se han de donar en lugar del que se llevan.
Yo disfruto enormemente de estas actividades, y por supuesto he ido con mi montoncito de libros excedentes a la búsqueda de nuevos candidatos para mi biblioteca. Los que tenía para dejar allí eran una edición muy vistosa pero muy pésima de "Cumbres borrascosas" de Emily Brönte y "La cartuja de Parma" de Stendhal, las dos de la misma colección, horriblemente traducidas, y una edición en bolsillo de "Crimen y Castigo" de Dostoiewski, de la que tengo otra excelente versión.
"El diccionario de Lemprière" de Lawrence Norfolk, no conozco ni al autor ni me suena de nada la obra, o sea, una elección totalmente a la aventura, pero es que la portada con los libros y los lentes y la mención a un diccionario son un cebo imposible de ignorar para mí. Creo que será mi próxima lectura.
El tercero es "El maestro y margarita", de Mihail Bulgákov, pero inexpicablemente no han salido las fotos que le tomé, y no tengo tiempo de repetirlas. Ésta obra ya la leí hace muchos años y tenía un ejemplar idéntico al que he encontrado en "La Cierbanata", pero lo regalé hace años a una amistad y me apetecía volverlo a tener.


Pedí mi café y me lancé a las estanterías busca que te busca...¿quien quiere venirse conmigo a casa?
Al final, me decidí por tres preciosos ejemplares de Círculo de Lectores, en el estado que considero perfecto para mí: bien conservados, pero sobaditos de lecturas anteriores, o sea, que sean libros ya vividos, como yo misma, que tengo una edad...La experiencia, que se note.

Un detalle para mí muy valioso, es que todos los libros que pasan por "La Cierbanata" se llevan impresa la huella de su estancia, pues el dueño les estampa el sello que les acredita como miembros de la comunidad de amigos de los libros que pasan por allí. Mi firma ya está junto a ese sello, aunque yo no cumpla la norma de leerlo y pasarlo, que mis libros son mios y sólo míos. Y es que en cuestión de libros, me reconozco muy egoísta y posesiva, que le voy a hacer.
lunes, 2 de julio de 2012
MI PATRIA, MI MADRE
Regreso a esta casa después de muchos años. Por primera vez también desde que murió mi madre. Ha estado cerrada los últimos tiempos, mis padres eran demasiado mayores para estar aquí solos tan lejos de los hijos y sin las comodidades que su vivienda habitual les ofrecía, tan imprescindibles para el precario estado de salud de ella. Ninguno de nosotros, mis hermanos o yo, quisimos renunciar a las cómodas vacaciones hoteleras (con todo hecho) más acordes a nuestros gustos de inquietas personas urbanas, por acompañarles a un pueblo perdido. Así, sus veraneos se fueron volviendo esporádicos y finalmente inexistentes.
A pesar de todo ella siempre mantuvo la esperanza de volver aquí, la casa que la vio nacer, el pueblo que en los duros años de posguerra sus padres se vieron obligados a cambiar por las posibilidades de la gran ciudad, una ciudad y una vida a la que mi madre nunca se adaptó del todo aunque se empeñara en hacer ver que sí. Nunca tenían sus ojos tanta luz, nunca estaba tan vital, nunca se recuperaba tanto su salud como cuando habitaba estas paredes, frecuentaba a sus amigos de la infancia y se convertía en una aldeana más.
Recorro las frías habitaciones recordando mis propios veranos, con mis hermanos y primos, juntos y revueltos. La orgía de estrellas en las noches estivales, las visitas nocturnas al cementerio con linternas y besos escondidos, los baños en el río helado sobrevolado de libélulas azules, los famélicos perros y gatos de Antonio, nuestro vecino, que no abandonaban el patio de nuestra casa y que al final del verano se habían vuelto más gordos y lustrosos gracias a los cuidados que nosotros, niños de ciudad ávidos de esas mascotas estacionales, les prodigábamos.
Pero sobre todo mi madre.
Sentada con sus amigas en el banco del camino, todas con delantal, cocinando para la fiesta del pueblo en el horno comunitario, debajo de la higuera centenaria del patio. Mamá ,alma, corazón, viga maestra de la familia.
Siento un violento acceso de nostalgia, no por la niñez ni los veranos perdidos, no por esta casa que dentro de poco dejará de pertenecernos, sino porque ahora comprendo que seré ya por siempre una extanjera, una desterrada, una forastera...
Porque ya nunca, jamás, en ninguna parte, volverán a esperarme los amorosos brazos de mi madre.
A pesar de todo ella siempre mantuvo la esperanza de volver aquí, la casa que la vio nacer, el pueblo que en los duros años de posguerra sus padres se vieron obligados a cambiar por las posibilidades de la gran ciudad, una ciudad y una vida a la que mi madre nunca se adaptó del todo aunque se empeñara en hacer ver que sí. Nunca tenían sus ojos tanta luz, nunca estaba tan vital, nunca se recuperaba tanto su salud como cuando habitaba estas paredes, frecuentaba a sus amigos de la infancia y se convertía en una aldeana más.
Recorro las frías habitaciones recordando mis propios veranos, con mis hermanos y primos, juntos y revueltos. La orgía de estrellas en las noches estivales, las visitas nocturnas al cementerio con linternas y besos escondidos, los baños en el río helado sobrevolado de libélulas azules, los famélicos perros y gatos de Antonio, nuestro vecino, que no abandonaban el patio de nuestra casa y que al final del verano se habían vuelto más gordos y lustrosos gracias a los cuidados que nosotros, niños de ciudad ávidos de esas mascotas estacionales, les prodigábamos.
Pero sobre todo mi madre.
Sentada con sus amigas en el banco del camino, todas con delantal, cocinando para la fiesta del pueblo en el horno comunitario, debajo de la higuera centenaria del patio. Mamá ,alma, corazón, viga maestra de la familia.
Siento un violento acceso de nostalgia, no por la niñez ni los veranos perdidos, no por esta casa que dentro de poco dejará de pertenecernos, sino porque ahora comprendo que seré ya por siempre una extanjera, una desterrada, una forastera...
Porque ya nunca, jamás, en ninguna parte, volverán a esperarme los amorosos brazos de mi madre.
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