lunes, 1 de noviembre de 2010

MIEDO A DESPERTAR


Le veo llegar por el pasillo de la terminal, avanzar hacia mí, y es igual pero distinto a como le imaginaba. Por supuesto, nos reconocemos, llevamos años viéndonos pero nunca nos habíamos mirado. Nos sumergimos uno en los ojos del otro; no hacen falta las palabras, durante demasiado tiempo son lo único que ha existido entre nosotros y en este momento no son ya necesarias.

Me abrazo a él, mi cara se hunde en su cuello, mis labios se posan en su garganta, justo en la base cálida de su mandíbula donde siento latir su sangre. Aspiro su aroma de hombre limpio y sano.

Por fin, por fin...

Permanecemos unos momentos así, unidos. Nos cuesta desligarnos de nuestro abrazo. Yo tengo miedo de soltarle y él empieza a hablar por primera vez. Al oir su voz, el miedo retrocede: es él, el mismo de cientos de conversaciones, de miles de palabras, de frases intercambiadas, de sentimientos, de ideas...
Le respondo y me sonríe. "Eres tú" me dice y la felicidad estalla y lo inunda todo. Sin embargo tengo miedo de la fugacidad de los instantes, del rápido transcurrir de este momento. Esa primera mirada, el abrazo en el que nos hemos fundido, forman ya parte del pasado.

Salimos cogidos de la mano. La suya es cálida y no demasiado grande y llena de sentido y da forma a mi propia mano.

En las horas que transcurren no podemos dejar de mirarnos y de tocarnos, no hay suficiente piel y nos comemos con los ojos y con las manos. También nos hablamos como si nunca nos hubiéramos dicho nada, nos recuperamos como los mejores amigos, recreando un universo que desde el primer día ha sido exclusivamente nuestro. Las charlas, las confidencias, las risas de años las repetimos poniéndoles cara, gestos,formas de mirar... Por primera vez veo cómo se rie.

De repente, un temor repentino me invade, un rayo de lucidez atraviesa mi conciencia y me dice que todo esto no es real y entonces sé, comprendo que estoy soñando y que despertaré y él volverá a estar donde siempre ha estado, lejos e inalcanzable. Y ya el miedo toma el lugar de la felicidad y ya los abrazos son diferentes, un intento de retenerle. Sé que cuando el sol penetre por las rendijas de mi ventana y me despierte, él se habrá ido. No quiero despertar (quédate conmigo). Me aferro a él que sé que es ajeno a mi angustia, aún abandonado a la felicidad de sabernos juntos.

Pero ya un resplandor dorado inunda poco a poco los límites de mi cuarto. La luz va ganando fuerza y empiezo a percibirla a través de mis párpados.

A medida que mi conciencia se va despertando, siento como se desvanece de entre mis brazos, como se disuelve como la niebla hasta desaparecer.


3 comentarios:

  1. ¡Qué triste Ilona! espero que sea solo ficción...muy bien contada por cierto. Un besazo

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  2. En efecto, es un cuento. Gracias por la visita.

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  3. Ilona me sorprende tu capacidad para para pintar, escribir tan bien.El cuento te mantiene hasta descubrir el final. Saludos

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